domingo, 6 de septiembre de 2015

75 años del asesinato de Leon Trotsky

¡viva Trotsky!

El pasado 20 de agosto se cumplió el 75 aniversario del fatal atentado que segó la vida de Leon Trotsky.

En medio de la orgía de masacres que marcó la época - “era medianoche en el siglo”-: el “gran terror” stalinista en la URSS, las masacres nazis que desembocaron en el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial... el asesinato de Trotsky palidece, parece un acontecimiento puntual y sin importancia. Un revolucionario solitario, aislado en un agujero después de vagar de país en país buscando refugio, con apenas un puñado de seguidores, que ya sabía que sus días estaban contados, por atentado o por enfermedad, diríase más el argumento de una obra artística que un hecho con importancia política histórica.



Pero no es así. Trotsky fue finalmente alcanzado al segundo intento por la larga mano de Stalin, que había asesinado ya a varios de sus colaboradores en distintos países y a casi toda su familia. Pero no sólo eso, en la propia URSS, Stalin había desencadenado una ola de terror en la que todo el mundo se denunciaba mutuamente, en la que no sólo millones de personas fueron deportadas a campos de trabajo por delitos imaginarios sino que centenares de miles fueron ejecutadas tras juicios de quince minutos acusadas de enormidades sin pruebas. Todo supuestamente para perseguir una todopoderosa organización clandestina de saboteadores y espías que estaría acaudillada por Trotsky.

Pero era el mismo momento en que el embajador francés Coulondre, en una entrevista con Hitler, intentando evitar la guerra, queriendo asustarle con el peligro de la revolución, le comentó que si no había pensado que si comienza una nueva guerra mundial, al final el vencedor podría ser... Trotsky, como Lenin lo fue de la primera. Era el mismo momento en que todos los países del mundo menos uno le negaban asilo político a Trotsky, empezando por los Estados Unidos, que le negó incluso la entrada temporal que solicitó para hablar en un mitin. ¡Tanto le temían, como si fuera un bacilo que él sólo pudiera infectar de revolución un país!

Era el momento en el que Stalin rechazaba la revolución proletaria, primero para abrazar la democracia burguesa vía el “frente popular” y luego aliándose con Hitler (después de haber impulsado una línea sectaria criminal que facilitó la llegada de los nazis al poder). Era el momento en el que Stalin exterminaba a todos los “viejos bolcheviques” que realizaron la revolución de Octubre, consolidando el poder omnímodo de una burocracia privilegiada alejada por completo de las masas, el momento en el que realizaba estos objetivos contrarrevolucionarios usando un Terror no visto antes en la historia, Y en ese preciso momento, su bestia negra era Trotsky. Pero para los países imperialistas, Trotsky era también la bestia negra, porque su nombre era sinónimo de revolución proletaria.

Por eso no es casualidad que el único país del mundo que le diera asilo fue el México de Lázaro Cárdenas, en el mismo momento en que el general nacionalizaba el petróleo arrebatándoselo a las multinacionales inglesas, completaba la reforma agraria y sobre todo ayudaba, además gratis, a la república española contra Franco.

El asesinato de Trotsky simboliza el momento más negro del siglo, cuando el terror y la guerra amenazaban con engullir a la humanidad. Pero el mensaje de Trotsky era que eso era temporal, que era inevitable que la revolución volviera a levantar cabeza.

El objetivo de esta hoja no es hacer un resumen de la vida ni de la obra de Trotsky; no nos alcanza el espacio. No porque pensemos que no haga falta. Por el contrario, el desconocimiento de la vanguardia sobre la vida y obra de Trotsky es uno de los más poderosos factores del atraso político que arrastra. No, nuestro objetivo es exponer qué nos parece vivo y recuperable en su legado. Que es tanto como explicar los problemas y los desafíos del comunismo para el siglo XXI.



TROTSKY, INSEPARABLE DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Si alguien que no ha oído nunca su nombre, o lo ha oído de una fuente poco fiable -académica, stalinista o populista-, preguntase, ¿quien fue Trotsky? ¿qué hizo?, la respuesta comenzaría: hizo la revolución rusa. Fue el organizador de la insurrección de Octubre, fue el jefe del ejército rojo, fue segundo sólo con respecto a Lenin.

Pero aquí empieza el problema. Porque hoy día la revolución rusa no tiene buena fama. El derrumbe del stalinismo ha hecho que la mayor parte de la izquierda de todos los matices -incluyendo muchos que afirman ser “revolucionarios”- han interiorizado la idea del “fin de la historia” de Fukuyama. La Revolución Rusa no es el comienzo del futuro sino una anomalía del pasado. El historiador británico, recientemente fallecido, Eric Hobsbawn es un ejemplo que simboliza toda esta tendencia. Este ex-miembro del Partido Comunista lo explicaba así: Hemos vivido el “corto siglo XX” que empezó en 1917 con la revolución de Octubre y la promesa del comunismo y acabó en 1991, con el estallido de la URSS que desmintió definitivamente esa promesa. Hay que tener respeto por los que se la creyeron y no criticarlos retrospectivamente, dice Hobsbawn, pero hay que comprender que eso se acabó. Los pocos que no lo comprenden no sólo se aferran a ilusiones de juventud, sino que embellecen algunos de los peores crímenes de la historia.

De este modo, sectores enormes de la izquierda “comunista”, “revolucionaria” desde 1989-91 se han pasado a la posición burguesa (y socialdemócrata) tradicional: creen que la revolución rusa fue un error desde el principio.

La clave de la posición burguesa “el comunismo ha muerto” es poner un signo igual entre lo que comenzó en 1917 y lo que estalló en 1991. Pero esto es falso. En 1917 la clase trabajadora tomó el poder por segunda vez en la historia (la primera fue la Commune de París de 1871). En medio de dificultades inenarrables, empalmando una guerra mundial con una guerra civil, la clase obrera constituyó su estado, la dictadura del proletariado, con el objetivo de comenzar la construcción del socialismo.

La revolución rusa fue realmente rusa, comenzó resolviendo problemas rusos, acabando con el latifundismo y el medievalismo, liberando a las nacionalidades oprimidas, sacando al país de la carnicería mundial. Pero la revolución rusa, objetivamente pero también especialmente en la conciencia de sus dirigentes, los bolcheviques, también fue el primer paso de la revolución mundial. Porque la revolución socialista rusa no era el producto de la maduración de las contradicciones del capitalismo ruso; la revolución socialista mundial es el producto de las contradicciones del capitalismo global, pero su primer episodio victorioso se produjo en el “eslabón más débil” de la cadena, donde la situación era más tensa, en Rusia. Ni se puede comprender la revolución rusa desde Rusia ni su objetivo era construir el socialismo en Rusia. Esta concepción de la revolución, aunque hoy nunca se escuche de boca de los que se ponen chapitas o pegatinas con su cara, era la de Lenin. Pero también era la de Trotsky, y a ella se aferró cuando la degeneración burocrática de la revolución las sustituyó por el nacionalismo de la “construcción del socialismo en un sólo país”. Por eso, desde el mismo momento del triunfo, en realidad desde varios años antes, los bolcheviques se empeñaron en construir la Tercera Internacional, la Internacional Comunista o Comintern, con el objetivo de dirigir la revolución mundial.

Monótonamente, todas las variantes del reformismo y el centrismo levantan las mismas dos objeciones contra los bolcheviques y la revolución de Octubre. Dicen que la revolución instauró una tiranía desde el principio y que se basaba en una fantasía, el comienzo de la revolución mundial.

Dicen que lejos de ser un ejemplo de democracia obrera superior a la burguesa, el reino de la autoemancipación de los trabajadores, la liberación de las estrecheces materiales, la dictadura del proletariado de Lenin y Trotsky fue un régimen represivo, autoritario y sacudido por la escasez. En realidad, los bolcheviques llegaron al poder aupados en los “soviets”, los consejos de diputados obreros, soldados y campesinos, la forma de democracia más profunda hasta la fecha. Pero, no se elige el momento ni el lugar en el que el proletariado puede tomar el poder. Y no puede decir simplemente “gracias, no fumo” cuando se da la situación propicia porque el precio de perder la oportunidad suele ser mortal, décadas de dictadura reaccionaria (Hitler, Franco, Pinochet...). Rusia se desangraba por tres años de guerra, que se continuaron con la intervención de hasta 11 ejércitos extranjeros durante la guerra civil. Por eso la Rusia Soviética nunca pudo dejar de ser un “campamento asediado” incluso en 1920 cuando la guerra civil acabó. Por eso nunca pudo ser una democracia obrera soviética modelo. Pero lo que es perdurable es el poder de los consejos obreros, lo que es coyuntural y contingente son las limitaciones a la democracia obrera que impuso una situación excepcional, que no tiene porqué repetirse en próximas revoluciones proletarias.

Y en segundo lugar, dicen que la revolución rusa fue una apuesta muy arriesgada: en un país de desarrollo capitalista tan atrasado, con una clase obrera tan minoritaria, la toma del poder por el proletariado sólo podría ser estable mediante la ayuda exterior, de otras revoluciones socialistas triunfantes en países más avanzados. Pero esto no ocurrió ni podía ocurrir, porque como los trabajadores de otros países no estaban en situación tan desesperada como los rusos, sus esfuerzos revolucionarios al final de la Iª Guerra Mundial fueron débiles e insuficientes.

Es cierto que la perspectiva de Lenin, no sólo de Trotsky, era la de que el triunfo de la revolución internacional, antes que todo en Alemania, ayudaría a la Rusia soviética. Por eso todas las medidas duras que se tomaban en Rusia, prohibir periódicos y partidos, la Cheka, etc, eran consideradas “excepcionales”, medidas temporales, que se suspenderían en cuanto triunfasen otras revoluciones. Éstas no triunfaron, es cierto. Pero no fue por falta de oportunidades. Una oleada revolucionaria se extendió por el mundo, especialmente en Europa, al final de la Guerra. En España tuvimos el “trienio bolchevique” y la huelga general de 1917. Si todas las revoluciones fueron fracasadas como revoluciones socialistas (aunque unas cuantas cabezas coronadas cayeron, empezando por el káiser alemán y el emperador austrohúngaro) no fue por falta de movilización obrera sino por falta de partido revolucionario. El historiador español José Andrés-Gallego, miembro del Opus Dei, tiene un interesante trabajo de 1979, que fue premiado, en el que demuestra que hubo una oleada espontánea de movilizaciones obreras inmensas en toda Europa entre 1917 y 1919: esa oleada derribó regímenes pero no llegó al poder de los trabajadores más que en Rusia (en 1919 los trabajadores llegaron al poder en Hungría y Baviera, pero sólo por 6 meses y un mes respectivamente). Es decir, que cuando los bolcheviques fundan la Internacional Comunista en 1919 ya iban con retraso, el movimiento ya había comenzado el reflujo a pesar de los éxitos espectaculares de la Comintern durante sus primeros cuatro años.

El fracaso de las revoluciones proletarias en Europa en 1917-23 fue debido a la ausencia de partidos verdaderamente comunistas, similares a los bolcheviques rusos, en estos países. Así de claro. Esto no es una racionalización a posteriori. Fue así como Lenin y la Comintern lo vieron en su momento. Ya Marx había declarado en la conferencia de Londres de la AIT que el fracaso de la Commune tenía como una de sus causas la falta de un partido obrero revolucionario. Pero hubo que esperar a Lenin para desarrollar en sus detalles la cuestión teórica del papel clave del factor subjetivo, la dirección de la clase trabajadora, el partido revolucionario para el triunfo de la revolución proletaria. Lenin pasó a la historia como el codificador de la teoría del partido revolucionario de vanguardia. Pero Trotsky (que inicialmente se opuso y no comprendió esta teoría) fue su gran continuador, el que nos ha legado esta valiosa lección de 1917-23 que no ha hecho más que confirmarse con los acontecimientos posteriores.



LA DEGENERACIÓN DE LA URSS Y LA COMINTERN

Pero el hecho es que la Comintern no pudo desarrollar los nuevos partidos revolucionarios a tiempo, las situaciones revolucionarias se desaprovecharon, el capitalismo se consolidó. Las restricciones temporales a la democracia obrera en Rusia se convirtieron en permanentes, las deformaciones burocráticas se extendieron hasta convertirse en una degeneración burocrática completa. Una nueva capa social privilegiada, la burocracia surgida de las entrañas de los obreros y campesinos y también de los restos de la burocracia zarista y las antiguas clases poseedoras, se elevó sobre el pueblo trabajador, monopolizando el poder político y usándolo para asegurarse privilegios económicos. Sobre la base de las conquistas de la revolución proletaria, la nacionalización de la propiedad burguesa, planificada y defendida por el monopolio del comercio exterior se elevaba una nueva élite opresora. La política exterior de la URSS no pudo salir indemne de este cambio, de buscar la revolución mundial pasó a buscar un acomodo con la burguesía. La Internacional Comunista, debilitada por el reflujo de la revolución, se iba transformando en un apéndice de la diplomacia soviética. Los zig zag de la política burocrática fueron poco a poco en el sentido de la dictadura personal de Stalin con sus aspectos bizantinos de adoración al líder, sus catástrofes económicas (colectivización forzada que dio lugar a una hambruna en la que perecieron millones, plan quinquenal “en cuatro años”, etc) y políticas, cuando las “purgas” intermitentes se transformaron en una oleada de terror en 1937-8 que significó la ejecución de cientos de miles, el envío a campos de concentración a millones, la decapitación del ejército rojo y el exterminio de la vieja generación bolchevique en juicios-farsa. La bandera seguía siendo roja, se seguía cantando la Internacional, la hoz y el martillo estaban por todas partes, pero Lenin era de piedra o una momia. La continuidad superficial apenas disimula la radical discontinuidad. El stalinismo significaba la muerte del bolchevismo. La confusión entre ambos sólo servía para convertir a los revolucionarios de buena fe en cómplices del tirano de y la nueva capa privilegiada.

Pero hubo quien se resistió. Decíamos que a la pregunta ¿quién era Trotsky? Responderíamos que uno de los fundadores de la revolución rusa. Añadimos: también el que la defendió en cuanto ésta comenzó a degenerar. Cada paso adelante de la degeneración del Partido Comunista y la URSS se chocó con la resistencia de la Oposición de Izquierdas, los Bolcheviques-Leninistas, o como al final se los acabó conociendo, los trotskystas. Desde 1923, la Oposición criticó los zig-zag, las burocratadas, las traiciones de la fracción stalinista. Por eso fue calumniada, se intentó impedir que su voz llegase a la afiliación bolchevique, sus líderes fueron expulsados del partido, finalmente en 1927 la Oposición Unificada completa fue expulsada y sus militantes despedidos de sus empleos y deportados. Trotsky fue primero deportado a Asia Central y luego expulsado del país.

Incluso en el exilio, Trotsky se convirtió en el nexo vivo con el pasado de la revolución. Organizó la Oposición de Izquierdas Internacional que, cuando quedó claro que no era posible regenerar al Partido Comunista soviético y la Comintern, se transformó en IVª Internacional. Por eso Stalin no paró hasta asesinarlo. Por eso en 1937 había gente a la que condenaban por trotskysmo y morían ejecutados gritando “viva Trotsky” a pesar de no haber tenido ningún contacto con la organización trotskysta. Porque no había otra alternativa: o el comunismo era Stalin, las ejecuciones en masa y el campo de concentración junto con el “frente popular” contra el fascismo pero no por el socialismo, o el comunismo era Trotsky, la lucha contra el capitalismo y el imperialismo a escala mundial, contra los privilegios y el control burocrático, por abolir el trabajo asalariado y toda explotación y opresión.

Por eso la confusión entre leninismo y stalinismo, decir que “todo es comunismo” no es exclusiva de los stalinistas. Es el santo y seña de todos los historiadores reaccionarios, anticomunistas, que en los últimos años proliferan, no sólo en Estados Unidos y Gran Bretaña sino también en Rusia. Todos los Pipes, los Malia, los Figes, los Kotkin, los Sebag Montefiore, los Volkogónov, los Felshtinsky, los Service, rellenan páginas y tomos enteros, cribando cuidadosamente las fuentes, para apoyar esta conclusión. Y como no podría ser de otra manera, acaban en muchos casos apoyando las falsificaciones stalinistas. Uno de los más despreciables, Service, escribe una biografía de Stalin en la que lo llena de elogios y luego escribe una “biografía” de Trotsky dedicada a denigrarle porque como explicó su autor: “el piolet del asesino dejó cierta vida en Trotsky. Espero que mi libro acabe con ella”. Un libro que le ha valido al autor no poder entrar en la asociación norteamericana de historiadores al haberse revelado (por el trotskysta norteamericano David North) que su libro es un barullo de inexactitudes y abiertas falsedades.



UNA TRAYECTORIA INTACHABLE

Trotsky sufrió la campaña de calumnias más grande que se haya visto en el siglo XX, que no fue escaso en ellas. A Trotsky, uno de los pilares de la revolución de Octubre, le acusaron de espía imperialista (la acusación cambiaba conforme lo hacía la política exterior soviética, primero era inglés y luego alemán). Miles de personas fueron ejecutadas supuestamente por organizar “acciones terroristas” según sus instrucciones, con el objetivo de restaurar el capitalismo en la URSS. La campaña no sólo consistía en libros y artículos diseminados en todo el planeta por los partidos comunistas y los “compañeros de viaje”. La campaña incluyó la ejecución en masa en 1937-8 de la totalidad de los acusados específicamente de trotskysmo, que habían sido concentrados en el campo de Vorkuta. La campaña incluyó asesinatos en el extranjero, en la España revolucionaria, en Francia, en Suiza y finalmente en México, hasta donde llegó la mano asesina de Moscú para acabar con el propio Trotsky.

Es vergonzoso, aunque difícilmente sorprendente, que las posibilidades que abre Internet hayan dado más visibilidad a la franja friki del stalinismo que ¡en 2015! sigue pretendiendo que había algo de verdad en los juicios de Moscú. Pero lo más revelador es que esa es prácticamente la versión oficial que defiende, incluso en los textos escolares, el gobierno burgués, imperialista semidictatorial de Putin en la Rusia actual, lo que dice mucho de la función real de la mentira.

Hoy todo el mundo sabe que el reino de Stalin fue el del terror, el asesinato masivo, la hambruna y la ineficiencia burocrática. Pero también todo el mundo sabe que los juicios show que montó para usar como chivo expiatorio a toda la oposición y ex-oposición bolchevique se basaron en la mentira, como todo el régimen. Al mismo tiempo, frente a los que tiran al niño con el agua sucia, hay que recordar que la URSS pasó de ser un país atrasado a una gran potencia industrial y tecnológica (carrera del espacio), que venció al nazismo en la II Guerra Mundial; y que todo esto no se hizo gracias a Stalin sino a pesar de Stalin y sus errores y monstruosidades que a punto estuvieron de echar a pique todo. Los logros son el resultado de la revolución de Octubre, que permanece como el mayor acontecimiento revolucionario de la historia y un faro apuntando al futuro. Comprender esto también es el legado de Trotsky. Porque demostró que, frente a stalinistas y anticomunistas, el horror totalitario no sólo no era la continuación sino la negación del leninismo y el comunismo. Que era posible oponerse al horror burocrático sin con ello caer en el embellecimiento de la democracia burguesa, que era posible luchar contra el capitalismo y el imperialismo sin por ello convertirse en el auxiliar de una nueva capa opresora. Demostró que no hay política revolucionaria que no sea internacional, que no se puede avanzar al socialismo sin democracia obrera. Trotsky salvó el marxismo de su degeneración.



LA VIDA ES BELLA

La vida es bella. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente“. Leemos en la hoja (“testamento”) que Trotsky dejó escrita en marzo de 1940 por si los dolores que le producía su enfermedad le obligaban a suicidarse, o bien si el asesino stalinista se adelantaba. Sí, aunque Roberto Benigni no es precisamente un revolucionario, decidió titular así su película en la que la esperanza se impone sobre el horror del holocausto nazi porque cuando buscaba documentación este texto llegó a sus manos y le impresionó. Como a tantos.

La vida de Trotsky, no sólo sus escritos, siguen siendo una poderosa fuente de inspiración para todos aquellos y aquellas que sienten la necesidad de levantarse y luchar contra un orden injusto e irracional, que produce miseria, hambre y guerras, que destruye la naturaleza y con eso pone en peligro a las generaciones futuras, y hace todo eso cuando los avances científicos y tecnológicos, usados en otro contexto social, permitirían resolver todos esos problemas para dar una vida plena a la humanidad.

Su vida fue siempre paralela a los altibajos de la clase trabajadora. Cuando la clase trabajadora estaba aplastada, explotada, Trotsky vivía una vida clandestina, deportado en Siberia o en el exilio. Cuando las masas se levantan ahí está Trotsky, presidente del soviet obrero de Petersburgo en 1905 y luego en 1917. Cuando las masas triunfan y establecen su propio poder, Trotsky está organizando la insurrección (1917) y a la cabeza del Ejército Rojo (1918). Conforme se va desarrollando una capa privilegiada sobre los hombros obreros y campesinos, Trotsky comienza a caer. Sale del gobierno (1925), del Buró Político, es expulsado del partido (1927), exiliado a Asia Central (1928). Después es expulsado de la URSS (1929), deportado a Turquía y despojado de su nacionalidad soviética (1932). De Turquía Trotsky pasa a una vida clandestina en Francia (1933), después a Noruega (1935, donde lo someten a arresto domiciliario), finalmente a México (1937) donde es asesinado por un sicario de Stalin (1940). Todo esto sobre el telón de fondo de las sucesivas derrotas de la revolución alemana (1923), la huelga general británica (1926), la segunda revolución china (1927) y la Oposición Unificada rusa (1927). Después comienza la Gran Depresión y el paro se adueña del mundo (1929), Stalin lanza la colectivización forzosa en respuesta al desafío de los kulaks, con el resultado de la muerte por hambre de millones (1932), Hitler llega al poder (1933), Franco se insurrecciona (1936), el terror se desata en la URSS (1937), Franco triunfa y comienza la Segunda Guerra Mundial (1939)...

Después de haber estado en la cima del poder y haber gozado de popularidad de masas, Trotsky se veía perseguido, calumniado y todos sus familiares iba muriendo uno a uno, mientras se sucedían los “éxitos” del stalinismo y el fascismo sobre las espaldas de las revoluciones derrotadas. ¿Su vida era una tragedia? Eso le dijo el poeta peruano Juan Luis Velázquez, cuando le visitó en México. Y Trotsky le respondió que no había tragedia alguna en pasar de la clandestinidad al poder y de ahí de nuevo a la clandestinidad, porque todos esos altibajos de su vida personal eran el reflejo de la fidelidad al unas ideas y a una clase, el reflejo de la trayectoria de esa misma clase. La tragedia, añadía, era la de gentes como Zinóviev y Kámenev, que primero colaboraron con Stalin, luego rompieron con él, luego mintieron y se “reconciliaron” sólo para acabar ejecutados después de haberse deshonrado ellos mismos. Porque para Trotsky, toda esta cadena de desastres y calamidades tendría un final. Las masas acabarían levantándose y cambiando la marea. En 1943, cuando los nazis fueron derrotados por primera vez en Stalingrado y en Italia estallaba la revolución proletaria derribando al fascismo, comenzó el ascenso.

Entre ciertos activistas, los que a veces se conocen como “adanistas”, que ni saben que hubo mucho mundo antes del 15M, Trotsky es visto como alguien “antiguo”, parte de la “vieja izquierda”. En realidad, Trotsky es mucho más contemporáneo de lo que se imaginan. Por eso, a la vez que se preocupaba de la estrategia militar, o discutía las medidas económicas, o debatía las tácticas a seguir por los comunistas en Francia o China, se reunía con activistas para descubrir cómo estaban cambiando las relaciones en la familia, entre padres e hijos, cómo cambiaba la situación de la mujer, cómo avanzaba la educación o cambiaba la mentalidad. Porque el comunismo para Trotsky no es un programa “obrerista” ni corporativo. Es la alternativa para salir de la prehistoria y comenzar la historia verdaderamente humana.



LA CUARTA INTERNACIONAL

Trotsky, el organizador de la insurrección de Octubre, el cofundador de la Internacional Comunista, pensaba sin embargo, que no eran esas las tareas más importantes de su vida. Pensaba que hubiera sido sustituible para cualquiera de las dos. Pero no lo era para la más importante: salvar al marxismo de la doble degeneración socialdemócrata y stalinista, y legarlo a la vanguardia revolucionaria para que se integre con el inevitable levantamiento futuro de las masas obreras. Esa era la tarea que tenía la IVª Internacional que fundó. A diferencia de las tres anteriores, que se fundaron en períodos de ascenso del movimiento obrero, la IVª se fundó en 1938, en el momento más negro del siglo. No se fundó en medio de entusiastas reuniones de organizaciones que florecían, sino en reuniones secretas a las que asiste gente perseguida por todas las policías. Pero era necesario. La IVª Internacional se fundaba en el momento en que la IIª y IIIª Internacionales, a las que se les había unido el anarquismo de CNT-FAI y el centrismo del POUM, acababan de estrangular la revolución española. Era mucho lo que había en juego.

Desde luego, visto en retrospectiva, la IVª Internacional no cumplió con sus expectativas. El mundo tras la Segunda Guerra Mundial resultó bastante distinto a lo previsto. El boom de la economía capitalista y la extensión de las formas de propiedad estatales y los regímenes políticos stalinistas a gran parte del mundo, a caballo del Ejército Rojo pero también de revoluciones genuinas, planteaban enormes desafíos teóricos y políticos. La IVª Internacional, perseguida por todos los bandos de la guerra, sale de ella sacudida, herida y dividida. La enorme presión exterior, sobre todo del stalinismo, produjo el surgimiento de corrientes revisionistas en su seno, de las que el pablismo fue la más peligrosa, porque rompió la Internacional. No es este el lugar donde podemos desarrollar nuestra opinión sobre el lamentable estado que muestra el trotskysmo en 2015 así como qué deberíamos hacer para remediarlo. Pero sí para afirmar rotundamente que en lo fundamental, el programa de Trotsky sigue siendo correcto, que los problemas posteriores son más achacables a la dirección inexperta (debido al asesinato en masa de los revolucionarios experimentados en los años 30 y 40) y las presiones externas que a la inadecuación del programa. Eso no significa que no haya cosas que tengamos que actualizar, adaptar o cambiar, pero no lo fundamental. Por eso, el Grupo de Comunistas Internacionalistas continuamos inscribiendo en nuestra bandera la lucha por reconstruir la IVª Internacional y no cualquier cosa, sin número o la “quinta”.

Nosotros tenemos reparos a varias posiciones de Trotsky. Las vamos a ir detallando en próximos números de estas hojas. Es que para nosotros nadie es perfecto, ni Lenin ni Marx, no aceptamos el principio de autoridad. Pero hay que tener sentido de las proporciones. Lo fundamental es que en el 75 aniversario de su asesinato, Trotsky vive.

¡Viva Trotsky!

Grupo de Comunistas Internacionalistas 6 IX 2015

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